La banca tenía ya un buen rato de haber tomado una
temperatura agradable, mejor que la que tenía el aire gélido de aquel diciembre
tan particular, así que ninguno de los dos planeaba levantarse. El tono de voz
de ambos era tranquilo, como si la conversación hubiera nacido de la nada y en
la nada fuera a morir, porque ni siquiera importaba. No se miraban, los ojos
fueron las primeras piezas del ajedrez en caer. Quedaban los peones orales de
ambos bandos, rey corazón negro, rey corazón blanco, reina intuición femenina
blanca, reina terquedad negra masculina. Era difícil decidir quién ganaría
cuando él jugaba con el alma y ella con la mente. Ambos sabían lo que querían:
no morir aquella tarde. Veían a la gente pasar en aquel cuadro a blanco y negro
que el cielo nublado les traía para inspiración y más inri del momento. El
turno de él se empezaba a desgastar como se desgasta la ropa cuando el aire
tiene hambre, el sol sed y el cuerpo calor. Sacó el segundo cigarrillo de
aquella tarde, ella lo miró por el rabillo del ojo, debidamente molesta por
aquel vicio que él había adoptado de los últimos meses; mató otro peón. Lo
apagó y medito tan solo unos segundos más. El estaba dispuesto a sacrificar
todas sus piezas de ajedrez, porque ese no es el juego que le interesa ganar
realmente.
-
No sé qué intentas conseguir –murmuró ella por
lo bajo pero lo suficientemente alto para que él escuchara.
-
Ni yo –respondió él sin inquietarse, movió otra
pieza.
-
¿sabes lo que pienso?
-
No, y sé que no me lo dirías –ofreció él con la
mirada aún evitando la de ella.
-
Por supuesto que no –ella le miraba y meditaba
mientras él cabizbajo no se atrevía a mover las piezas necesarias, el juego
estaba pintado para él, para ella, para todos, si todos quisieran.
-
¿y tú sabes lo que yo pienso? –lanzó levantando
la mirada y encontrándola con la de ella, fingiendo una valentía que a leguas
se notaba que le faltaba, o que estaba resguardada del frio, muy, muy adentro
de su gabardina.
-
Lo siento, eso es más importante.
-
Algunas veces te extraño… -masticó y volvió la
vista al tablero esperando su respuesta.
-
¿y las otras veces?
-
También –respondió sin levantar la cara.
-
¿y por qué separas unas veces de las otras?
-
Porque a veces te extraño aún más…