Las puertas se abrieron al público, uno a uno ocuparon su
lugar, apresuradamente por ver aquel estreno tan esperado, al que llamaremos
amor. La brisa se colocó suavemente en su rincón favorito, emitiendo de vez en
cuando susurros que a nadie le importaban, porque estaban demasiado pendientes
de la gran obra que venían a ver, que se había preparado con tanta
meticulosidad, aún pareciendo ser improvisada, improvisada desde el alma. También
estaba presente la luz, sigilosa y educada que por no querer interrumpirla
escena se atenuó y se colocó en un lugar donde alcanzaba a ver todo. La lluvia
tuvo que ver desde fuera, aunque con el mismo placer que cualquier otro asistente,
era feliz simplemente con contemplar tan ejemplar obra de teatro.
Se levantó el telón y dos jóvenes aparecieron en escena, un
sentado al lado del otro, una escena tan simple pero tan romántica porque era
fácil ver sus ojos y saber lo que sentían, sentían su papel como se siente la
vida cuando uno se pone a hacer conciencia sobre ella. Él tomó la mano de ella,
ella jugó con la mirada de él, él se dejó conducir por el placer de ser amado
en el primer acto, en el vandalismo perjudicial de la ineptitud, de incredulidad;
se apasionó tanto en su papel que parecía que para él era real, de hecho para
él era real. Desnudaron sus almas al son que sus ropas se humedecían,
recorrieron sus cuerpos al son en que su respiración se estremecía, ignoraron
todo alrededor pues sólo eran ellos en escena actuando la más simple y
conmovedora historia de amor, de dos jóvenes de apenas dieciocho y veinte años,
una historia que conmovió hasta al solo que un de repente se dejó ver por
detrás del regazo de la lluvia, convirtiendo a la audiencia en una completa
crema social.
Entonces los actores en escena llevaron a cavo el acto de
hacer el amor, de manera tan real que cualquiera dejaría escapar un poco de
morbo de su imaginación, hicieron el amor de manera tan natural, aunque sólo
faltó la penetración, la de los ojos del él en los de ella, la de los
sentimientos de él en el corazón de ella, la de la presencia de él en la vida
de ella. Nunca la penetró porque era una obra de teatro y nada más.
Entonces llegó el tercer acto y ella lloraba en un rincón,
él por su parte trataba desconsoladamente de consolarla, abrió su corazón e improvisó
instantáneamente ara darle un matiz tan elegante al momento, le juró el amor
eterno, lo juró todo lo que un joven de su edad podía jurar, la abrazó y
tuvieron el diálogo más precioso que se hubiera escuchado jamás, aunque sea parta
los espectadores
-
Ya no llores, amor, ¿por qué lloras?- preguntó
él.
-
No te preocupes amor, lloro de felicidad-
respondió ella.
Se bajó el telón, después los actores viniendo de detrás de
él salieron a dar la cara y recibir los aplausos de júbilo que sus espectadores
otorgaron sin ningún afán de ahorrar aplausos para una próxima vez. La luz cegó
los ojos involuntariamente, tanta magia había alrededor, el silencio se rompió
en gritos de emoción, la brisa sopló conmovida, indecisa en cuándo detenerse, no
podía parar.
Los actores después estarían fuera del teatro, se miraron,
se estremecieron por última vez.
Era el último acto.
-
¿nos volveremos a ver? –preguntó él.
-
Sabes que no –respondió ella.