viernes, 10 de agosto de 2012

esperar

No podía siquiera mirarle a los ojos sin sentir que me consumía. Negros, agujeros negros eran sus ojos. Y trataba entonces de desviar la mirada a cualquier parte que no fuera su rostro. Pero demonios, ese rostro era todo mi mundo, todo mi universo y todo lo que en su momento pudiera yo anhelar. Estaba entonces totalmente atrapado en una libertad que nunca había ni pedido ni concebido. No me podían obligar a ser libre pero así sus labios lo ordenaron, me estaba haciendo esclavo de una libertad que no tenía ni una ligera idea de cómo usar. Tomé un poco de aire y con el jalé valor a mi interior y le mire a los ojos, deje que con la mirada entendiera todo lo que estaba sintiendo, y se limitó solo a decir “ya lo sabía” entonces dio media vuelta y se fue. No me dijo como regresar, que hacer si tenía hambre o frio. Nada me dijo y en nada me ayudó. Entonces morí lento ahí con mi libertad. Y miraba alrededor y el paisaje era lindo, pero intuía que ella podía regresar; maldita intuición masculina, nadie nunca ha hablado de que sirva de algo. Decidí esperar sin saber cuánto, me senté en una banca y mire al frente una, dos, tres eternidades de las que ninguna surtía algún tipo de efecto más allá de mi vejez. Sentado y solo, libre y hambriento, tuve entonces tentación de ponerme de pie y caminar buscando algo; pero yo no quería algo que no fuera su presencia, la que se llevó mi esclavitud. Me quedé a esperar, ¿esperar qué? ¿Por qué? Porque quería, con todo el corazón.