sábado, 13 de septiembre de 2014

Seguir las lágrimas

Es cierto que era noche. Es cierto que era peligroso. Es cierto que mi perro era bravo. Es cierto que mi niña seguía perdida. Salí a buscarla desde varias horas antes, la policía es demasiado inútil, demasiado burocrática, aún tenía suficiente tiempo, aún la podía encontrar antes de que algo peor pasara. Mi perro ya no podía olfatear más entre tantos malos olores que la ciudad despedía, aunque no se quejaba y aún seguía dando un gran esfuerzo yo sabía que ya no podía fiarme de él para encontrarla, tan sólo para protegerme en cualquier caso. Los callejones no son el primer lugar donde una niña hermosa como la mía estaría. Sus cinco años de edad, su pelo rubio recogido en dos trenzas la hacían tan vulnerable que un lugar como estos no serían donde ella se pudiera encontrar, pero dada la situación y la desesperación había que buscar en cualquier rincón, no detenerme, no rendirme, la quería y no dejaría que algo malo pasara. Lo que me quedaba por hacer era seguir sus lágrimas, obviamente había estado llorando, siempre tenía miedo cuando estaba oscuro, nunca cuando jugaba con sus muñecas o participaba en algún recital con sus compañeras de ballet, pero de noche y a oscuras siempre tenía miedo y necesitaba que la abrazara, que la hiciera sentir protegida. Y siempre la hacía sentir protegida, excepto esta vez, esta vez no sé qué pasó. Conforme avanzaban las horas la esperanza aumentaba, sabía que la encontraría y entre más minutos a pasaban sabía que faltaban menos para llegar a ella, después de todo qué tan lejos podría llegar una niña de cinco años, con su baja estatura y sus pequeños pies delgados, su uniforme escolar. Si en algún momento mi perro pudiera percibir su olor, sería imposible no reconocerla, siempre fresca con ese olor que despedía su cabello, con su shampoo favorito y esa manera tan delicada con la que yo me dedicaba a lavar su ropa, porque la madre no podía hacerlo –obviamente- estas últimas fechas. Sus manos siempre eran suaves, como es de esperarse en una niña de su edad, y su voz siempre tan grata cuando decía por ejemplo, que me quería, a veces con lágrimas en los ojos porque aunque la amaba, a veces debía reprenderla por cometer alguna travesura, como salir corriendo de casa y perderse, aunque nunca lo había conseguido, no como hasta hoy. Después de todo, no podía llegar muy lejos, de eso estoy seguro. Luego, en ese momento pude escucharla, escuchar sus sollozos y entonces corría hacia donde la escuché. Pude ver su silueta y ella vio la mía, el perro ladró y ella se estremeció, se asustó y corrió por más que le imploré que se tranquilizara. No escuchó, siguió corriendo y yo tras ella, a la vez el perro. Este logró zafar la correa de mi mano y corrió detrás de su rastro. Temí lo peor. Pude escuchar cuando consiguió alcanzarla, pude escuchar como ella gritaba, pude escuchar cómo de repente dejó de hacerlo, peor fue cuando pude verlo. Ella yacía ahí junto al perro que tenía el hocico ensangrentado y estaba sentado a un lado de ella paciente, esperando mi llegada. Cuando lo hice, no pude más que dar un puntapié al maldito animal. Mi hermosa, mi niña, mi princesa estaba ahí ante mí, que la había buscado con tanta desesperación y no pude salvarla, soy un idiota, ¡un terrible idiota! Sentí perder la cordura, no podía comprender como en mi intento de tenerla de nuevo a mi lado había sucedido esto, esto tan estúpido, esto tan de lo que soy culpable. La sujeté entre mis brazos y pude escuchar sus últimos alaridos, entonces le dije cuánto la amaba hasta que dejó de respirar. Sentí el más grande dolor que alguien pueda imaginar. Acaricié su trenza, toqué sus delicadas manos, lloré de desesperación, luego solté el cuerpo y me puse de pie. Si ese era el dolor que yo sentía no podía imaginar el que su padre iba a sentir. Tomé la correa del perro y me puse en marcha, mañana tendría que buscar de nuevo, una niña rubia, que bailara ballet, de estatura baja y pies delgados, y tendría que poner más atención para que algo así no se volviera a repetir.

lunes, 6 de enero de 2014

Busco

Busco tu cara entre la de la gente, entre la vanidad de mi soledad, la de tu ausencia, entre lo obscuro de mi piel, lo escandaloso de la tuya cuando está bañada en excitación. Busco sentirme en ti cuando sé que ya no existes, busco que existas en un mundo en el que ya no estás, en esta soledad que sé que no recuerdas, en mí, que sé que no me quieres. Te busco, muy vanamente porque sé que no te encuentro, porque te evito, porque no quiero encontrarte, porque no quiero tener enfrente el despecho y la indiferencia, porque de ellos me siento asqueado, porque es fatídico buscarte, pero peor es olvidarte.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La última

Lo vi venir como una obviedad, como que las estrellas de tu cara rigen destinos en los que están sin estar.
Lo vi venir como un jaque en cinco movimientos, uno tan brutal que rendirse antes de su llegada es incluso vergonzoso, y no se rinde solo por rescatar la dignidad.
Lo vi venir como un anochecer, obscuro e inevitable, lleno de frio.
Lo vi venir como un destino, uno al que se está tan cerca que ya no se puede retornar.
Lo vi como te vi la vez primera, impresionado de que fuera real.
Lo vi venir como el derrumbe de una edificación, la edificación de mis sentimientos y de mi corazón.

Lo vi tan claro, era tu adiós, y lo sabía y no lo podía evitar…

domingo, 20 de octubre de 2013

No me olvides

Las sábanas se tiñen de color recuerdo mientras la luz de tus ojos se escabulle por tu ausencia en el espejo, el aroma a café, ese que me preparaste ayer, esa cena que me preparaste para toda la vida, la lujuria que me sembraste, el deseo incontrolable de oler tu cabello, todos están aquí presentes para verme despertar por el golpe insipiente del calor, el maldito calor de una noche de invierno con deseo interno de tenerte a mi costado. ¿Podrías mirarme a los ojos y decir que no soy especial?
Me golpean la cabeza, y bien sabes que odio que golpeen mi cabeza, pero son tus recuerdos y no los puedo ni tocar, porque me hacen sentir vivo y sin ti no lo quiero estar. Dime ¿de verdad me quieres olvidar?
Entonces me levanto de la cama a pesar de la maldita gravedad que se ejerce en mi cuerpo, en mi mente y en mi humanidad a efecto de tu ida, que no me deja levantar. Dime ¿de verdad no quieres regresar?
Me pongo los zapatos, la camisa y la sonrisa postiza que me sugeriste al partir, esa que no venden por catálogo pero que fuiste muy sutil de pintar con tus propias manos sólo para mí, tan sólo para mí para poder quedarte con la real. Dime ¿la planeas coleccionar?
Entro a la cocina con el sentimiento fatídico de que no vas a estar ahí, ni tú ni tu olor ni tus recetas ni tus planes de hacer el amor a puerta abierta para que el sol sepa lo que de verdad es crear calor. Dime ¿a dónde piensas llegar?
Me tiro el sillón de la sala y busco entre los cojines si de casualidad no quedaste atrapada por ahí como las monedas, los clips, los besos, la mugre y la mugre costumbre de buscarte aunque sepa que no estás ahí. Dime ¿te puedo acompañar?
Te miro acompañada, feliz, sonriente, radiante, inspiradora de las más aterradoras historias de amor, porque ya no se escriben contigo y conmigo, sino contigo y sin mí. Dime ¿de verdad eres feliz?

Me doy cuenta de que huelo mal, me necesito duchar para lavarme el cuerpo, la cara, las narices, todo lo que en su momento tuvo contacto contigo, el alma la voy a tener que dejar igual, no vaya a ser que por el agua fría se me encoja y no tenga espacio para otra noche más. Dime ¿por qué no me amas de todas formas?

martes, 1 de octubre de 2013

Quemarlo

Nunca me imaginé quemarlo todo, no de esa manera, no de esta tristeza, no de esa melancolía, No con esa energía tan fría y consumidora, tan ardiente y misericordiosa, nunca imaginé decir adiós con fuego, con ese acto tan excelso que sólo algunos recuerdos alcanzan a concebir, del fuego sólo algunos son dignos. Arde, el fuego arde e invade de la misma manera que lo hace el dolor. Seamos plenos, en el fuego somos plenos, en el olvido, en el rencor y en el perdón, bien sentidos ambos, sin chantaje ni condición, solo el olvido para salvación. Lo quemamos todo, luego olvidamos y somos mejores que el día anterior.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Teatro de Caprichos

Las puertas se abrieron al público, uno a uno ocuparon su lugar, apresuradamente por ver aquel estreno tan esperado, al que llamaremos amor. La brisa se colocó suavemente en su rincón favorito, emitiendo de vez en cuando susurros que a nadie le importaban, porque estaban demasiado pendientes de la gran obra que venían a ver, que se había preparado con tanta meticulosidad, aún pareciendo ser improvisada, improvisada desde el alma. También estaba presente la luz, sigilosa y educada que por no querer interrumpirla escena se atenuó y se colocó en un lugar donde alcanzaba a ver todo. La lluvia tuvo que ver desde fuera, aunque con el mismo placer que cualquier otro asistente, era feliz simplemente con contemplar tan ejemplar obra de teatro.
Se levantó el telón y dos jóvenes aparecieron en escena, un sentado al lado del otro, una escena tan simple pero tan romántica porque era fácil ver sus ojos y saber lo que sentían, sentían su papel como se siente la vida cuando uno se pone a hacer conciencia sobre ella. Él tomó la mano de ella, ella jugó con la mirada de él, él se dejó conducir por el placer de ser amado en el primer acto, en el vandalismo perjudicial de la ineptitud, de incredulidad; se apasionó tanto en su papel que parecía que para él era real, de hecho para él era real. Desnudaron sus almas al son que sus ropas se humedecían, recorrieron sus cuerpos al son en que su respiración se estremecía, ignoraron todo alrededor pues sólo eran ellos en escena actuando la más simple y conmovedora historia de amor, de dos jóvenes de apenas dieciocho y veinte años, una historia que conmovió hasta al solo que un de repente se dejó ver por detrás del regazo de la lluvia, convirtiendo a la audiencia en una completa crema social.
Entonces los actores en escena llevaron a cavo el acto de hacer el amor, de manera tan real que cualquiera dejaría escapar un poco de morbo de su imaginación, hicieron el amor de manera tan natural, aunque sólo faltó la penetración, la de los ojos del él en los de ella, la de los sentimientos de él en el corazón de ella, la de la presencia de él en la vida de ella. Nunca la penetró porque era una obra de teatro y nada más.
Entonces llegó el tercer acto y ella lloraba en un rincón, él por su parte trataba desconsoladamente de consolarla, abrió su corazón e improvisó instantáneamente ara darle un matiz tan elegante al momento, le juró el amor eterno, lo juró todo lo que un joven de su edad podía jurar, la abrazó y tuvieron el diálogo más precioso que se hubiera escuchado jamás, aunque sea parta los espectadores
-          Ya no llores, amor, ¿por qué lloras?- preguntó él.
-          No te preocupes amor, lloro de felicidad- respondió ella.
Se bajó el telón, después los actores viniendo de detrás de él salieron a dar la cara y recibir los aplausos de júbilo que sus espectadores otorgaron sin ningún afán de ahorrar aplausos para una próxima vez. La luz cegó los ojos involuntariamente, tanta magia había alrededor, el silencio se rompió en gritos de emoción, la brisa sopló conmovida, indecisa en cuándo detenerse, no podía parar.
Los actores después estarían fuera del teatro, se miraron, se estremecieron por última vez.
Era el último acto.
-          ¿nos volveremos a ver? –preguntó él.

-          Sabes que no –respondió ella.

martes, 24 de septiembre de 2013

recordar

Si fueran miles las tazas de café que consumí, miles las veces que abrí mis ojos, miles las estrellas que vi apagarse, miles los sueños que vi escapar, miles las historias que mis manos escribieron, todo lo podría recordar con una exactitud tan ingrata que pudiera hacer innecesaria la existencia en una nueva vida. Todo reducido a un nada, la magia, vida, tiempo, el tiempo, siempre el tiempo, que se deja escapar como un perro rabioso contagiando todo, infectándolo todo…ahí va el tiempo. Podría recordar los pasos que di hasta llegar a tu regazo, y la luz del sol que se filtraba al final del camino, el aroma de todos los brazos en los que he dormido, los miles de suspiros que me robaron, los labios que besaron los míos, la falta de elocuencia entre mis palabras y mis actos las tantas veces que dije te amo, cuando de verdad quise decírtelas a ti. Todo podría recordarlo con una precisión de terror, tanto que tu piel se quemaría como papel consecuencia del ligero escalofrío que te haría sentir tanta exactitud. Todo, absolutamente todo, desde el pie que usé primero esa mañana, la ropa que use, la canción que escuchamos, la que no escuchamos, la duración del primer beso, del primer orgasmo que se funde con el primer adiós, del primer te amo que se funde con el primer ya no, el color de las nubes, la suavidad del viento, la humedad del aire, la de tu pecho, la del mío. Desde lo que dije y por qué lo dije, desde lo que callé y aún así lo supiste, la manera en que hablaron mis ojos por mis labios, escuchó mi piel en vez de mis oídos, y cómo cada cosa hizo algo que no le correspondía por el placer de saberte nuestra aunque lo fuiste sólo de pensamiento porque era tanto el amor y el sentimiento que la única vez que te toqué fue cuando te dije hola y rocé con tus oídos. Eso también lo recuerdo, la vez que aceptaste verme y yo aprenderme tu rostro de memoria, recuerdo perfectamente cómo lo dibujé en mi almohada y cómo dormí aferrado a ella como si fuera a ti a quien abrazaba, cómo nuestra respiración se detuvo por un instante porque tuvimos que suspirar, cómo el mundo se transformó en nada, cómo nada nos miraba y en silencio, en obscuridad, en ausencia de bien y de mal, por primera vez te besaba, eso también lo podría recordar. Todo hasta saturarme, hasta olvidar lo que se siente caminar contigo, de la mano un domingo cualquiera en una calle cualquiera de un pueblo cualquiera, tú y yo siendo cualquiera siendo sólo para nosotros el ser más especial, eso ya no lo recuerdo…y te pido por favor…ayúdame a recordar.