sábado, 27 de abril de 2013

Ajedrez


La banca tenía ya un buen rato de haber tomado una temperatura agradable, mejor que la que tenía el aire gélido de aquel diciembre tan particular, así que ninguno de los dos planeaba levantarse. El tono de voz de ambos era tranquilo, como si la conversación hubiera nacido de la nada y en la nada fuera a morir, porque ni siquiera importaba. No se miraban, los ojos fueron las primeras piezas del ajedrez en caer. Quedaban los peones orales de ambos bandos, rey corazón negro, rey corazón blanco, reina intuición femenina blanca, reina terquedad negra masculina. Era difícil decidir quién ganaría cuando él jugaba con el alma y ella con la mente. Ambos sabían lo que querían: no morir aquella tarde. Veían a la gente pasar en aquel cuadro a blanco y negro que el cielo nublado les traía para inspiración y más inri del momento. El turno de él se empezaba a desgastar como se desgasta la ropa cuando el aire tiene hambre, el sol sed y el cuerpo calor. Sacó el segundo cigarrillo de aquella tarde, ella lo miró por el rabillo del ojo, debidamente molesta por aquel vicio que él había adoptado de los últimos meses; mató otro peón. Lo apagó y medito tan solo unos segundos más. El estaba dispuesto a sacrificar todas sus piezas de ajedrez, porque ese no es el juego que le interesa ganar realmente.
-          No sé qué intentas conseguir –murmuró ella por lo bajo pero lo suficientemente alto para que él escuchara.
-          Ni yo –respondió él sin inquietarse, movió otra pieza.
-          ¿sabes lo que pienso?
-          No, y sé que no me lo dirías –ofreció él con la mirada aún evitando la de ella.
-          Por supuesto que no –ella le miraba y meditaba mientras él cabizbajo no se atrevía a mover las piezas necesarias, el juego estaba pintado para él, para ella, para todos, si todos quisieran.
-          ¿y tú sabes lo que yo pienso? –lanzó levantando la mirada y encontrándola con la de ella, fingiendo una valentía que a leguas se notaba que le faltaba, o que estaba resguardada del frio, muy, muy adentro de su gabardina.
-          Lo siento, eso es más importante.
-          Algunas veces te extraño… -masticó y volvió la vista al tablero esperando su respuesta.
-          ¿y las otras veces?
-          También –respondió sin levantar la cara.
-          ¿y por qué separas unas veces de las otras?
-          Porque a veces te extraño aún más…

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