Podría morir cada día, él lo soportaría. Pero ¿qué pasaría
con la duda? Con la incertidumbre…
Él estaba dispuesto a morir por respuestas, ella estaba
dispuesta a callarlas, y él sabiendo que no las quería, aún las pedía y las
exigía al universo, pero el universo en su único verso de composición, solo guardaba
silencio. No liberaba de ningún augurio ese silencio constante en el que se
mantenía, ni la obscuridad ni el hambre, esa hambre que le atormentaba cada vez
que le veía, no importaba si su estomago estaba lleno de mariposas, que de
todas formas tenía hambre de más, de amor, tan si quiera de paz. Él reconocía
con todo su delirio que alguna vez se prometió a sí mismo que no volvería a
caer en aquel error, en esa tentación, pero lo que el hombre espera no es
necesariamente aquello que llegará a suceder. El universo no se alineaba a lo
que él quería, él no quería al universo y el universo no lo quería a él, por lo
menos alguien le correspondía.
Y podría mirar el teléfono y sentir las ganas de conectarse
a ella a través aunque sea de la línea telefónica, aunque sea ya no a través
del universo, tan solo por la línea telefónica. Pero ella no tenía tiempo, ella
ya tenía lo que necesitaba, quién sabe que fuera, pero lo tenía y muy a pesar
de lo que quisiera, eso no le incluía a él. Perdía su visión en las paredes del
horizonte y sabía que por mucho que caminara, no llegaría a ese lugar donde se
esconden las respuestas. Tal vez ni siquiera existían. No sabía lo que
esperaba, pero lo hacía, no en el tiempo, sino en la eternidad, el tiempo y él
nunca se llevaron bien, siempre prefirió la eternidad donde nada importa porque
nada se va y nada viene, simplemente se está. Él quería estar con ella, ella…quién
sabe qué quería.
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