Él pensaba en ella, ella pensaba en él, la luna pensaba en
ambos y el solo quién sabe en quién, pero era hermoso verlos, era hermoso ver
cómo se besaban, ver cómo suspiraban, ver cómo miraban, ver cómo sonreían. Cuando
se les acababan las palabras los silencios eran igual de alentadores, quien
quiera que fuera el espectador, maravillas podía ver en esa escena. Ella feliz
y él muriendo, de felicidad, claro está. Su mano de repente deslizaba por la de
ella, su respiración de repente coincidía con la de ella, su corazón de repente
se emparejaba con el de ella, su vida de repente se fundía con la de ella. Podían
pasar toda la noche juntos, todo el día, toda la vida, lo que quisieran pasar
juntos, de no ser que él tenía su vida y ella tenía ambas, pues no importaba
que sólo viviera la propia, era dueña de la de él. Pero no importaba separarse,
porque en verdad seguían juntos. Seguían mirándose en esa luna, seguían sintiéndose
en ese viento, seguían escuchándose en esos silencios, seguían latiendo juntos,
juntos estaban, no importaba dónde estuvieran.
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