martes, 25 de octubre de 2011

colectivo

Sus almas se desangraban mientras liberaban los últimos alientos, para que estos no fuesen prisioneros eternos de sus despavoridos cuerpos. Armoniosos y delicados, agonizantes y asustados. Cuerpos danzantes al compás de una dulce melodía: melancolía.
Y su sangre le daba ese tono rojo al suelo, y los pétalos se lo daban al aire, flotaban ligeros entre sonidos inconsistentes e irreconocibles, palabras vagas que buscaban algún corazón que fuera destinatario de su mensaje. Ligeras enseñanzas a un mundo perdido entre las manos de dioses juguetones.
Silencio hacían sus labios mientras sus manos danzaban una misma danza: al mismo tiempo en el suelo, al mismo tiempo en el aire, al mismo tiempo sin vida, al mismo tiempo danzantes. Y se perdía todo en un instante,  y se sentía todo en el mismo.
Luz en sus ojos, sombras en sus miradas, todo en el mismo sitio sin necesidad de cambiar de perspectiva, porque todo es parte de todo y todos en su momento decidieron lo que estaban haciendo. Y sus cuerpos se elevaban ahora, pero no tardaban en descender, como si Dios jugara un momento con ellos antes de  acogerlos. Hilos de vida les ataban al infierno, espíritus de saliva que en su momento no pudieron ser buenos.

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